Hoy me quemé. Y no de enojo, sino
literalmente. Termo, agua hirviendo, mano derecha, dolor. FUCK YEAH. Y me puse
a pensar, para variar, ya que ando muy imán a estas cosas que llamamos “accidentes”
últimamente: ¿Será hora de cambiar alguna energía?
Leí que “los accidentes no son
accidentales. Como todo lo demás que hay en nuestra vida, nosotros los creamos.
No se trata de que nos digamos que queremos tener un accidente, sino de que
nuestros modelos mentales pueden atraer hacia nosotros un accidente. Los
accidentes son expresiones de cólera (y en particular) las quemaduras son
indicios de una cólera que se expresa en el cuerpo. Por más que intentemos
suprimirlo, el enojo encontrará maneras de expresarse.” Y yo que me andaba
sintiendo ree estable (para aquellos que me/nos han visto tocando, el cover que
hacemos de
Inés no fue elegido al
azar nomás :P).
Ahora, en mi caso, ¿será que ando
alimentando una colerita? Algunas emociones pueden llegar a ser adictivas y “empoderadoras”,
creo que no perdemos nada con mirar hacia adentro un poco.
“Es frecuente que las personas
con tendencias espirituales crean que ‘no deberían’ enojarse. Ciertamente todos
nos esforzamos por llegar al momento en que ya no culpemos a nadie por nuestros
sentimientos; pero mientras no hayamos llegado a ese punto, es más saludable
que reconozcamos qué es lo que sentimos en un momento dado”. Totalmente de
acuerdo con estas palabras, convencida de que mi espíritu Inés necesitó tener
su lugar en mi vida y que ahora mi cuerpo me está diciendo que es hora de
seguir adelante con otras cosas, les dejo esta reflexión que me provocó un “accidente”
que viví hace 2 días.
Miércoles 3 abril 2013, 23:00hrs.
Ok.
La cosa es así.
Estoy algo shockeada. Shock
derivado de una situación estresante, que provocó reflexiones varias, las
cuales quiero plasmar por escrito, ya que pueden ayudarme a des-shockearme. ;)
Hace unas… 5 horas experimenté un
accidente de tránsito. Entiendo que pueden estar imaginando sangre, vidrios
rotos, ruidos fuertes, gente gritando, vociferando, hasta grabando videos con
sus IPenes, pero no. Lo lamento, si quieren algo de eso miren Rápido y Furioso,
esa con el pelado de Vin Diesel y sus músculos. O miren a las Kardashian en el
E!. ÉSTE… fue un choque “NoChoque”.
Imagen: Ciudad de Montevideo, cada
día más atestada de autos, cuyos dueños parecen cada vez menos saber guiarse
por las reglas pautadas por las normas de tránsito. Cortina de lluvia repentina
torrencial. Día de humedad, pesado, atestado de todo un poco de cosas. Allí
estoy yo, en auto con una amiga de facultad, como vivimos cerca, ella me pasa a
buscar y vamos juntas a clase algunos días. Ella también está alterada, por
cuestiones personales, se encuentra ansiosa, todo y todos parecen estarlo (o yo
ando con una lectura de la realidad sesgada, jaja). Circulando por un Bulevar,
doble vía, cantero de por medio, allí estábamos nosotras, esperando para hacer
la vuelta en “U”, llegando a nuestro destino.
Algo que no comprendo es por qué
los conductores se ponen tan ansiosos e inestables dentro de sus autos durante los
días de lluvia. Si ya manejaban de forma imprudente, los días de lluvia, cuando
más cuidado debería tenerse, parece que todas sus tuercas se soltaran, al revés
del pepino. Cada vez me convenzo más que Ma. Elena Walsh tenía razón y sí
vivimos en el mundo del revés.
Hete aquí que varios autos pretendían
doblar en U hacia diferentes lados, pero todos querían ser los primeros. Resultado:
un mejunje de autos todos trancándose unos a otros, sin poder avanzar y
trancando el tránsito que circulaba por los lados a su vez. En este mejunje, mi
amiga, que se encontraba en una posición comprometedora, trancando cuanto paso
había de autos en la vuelta, encuentra un claro en la pasada de vehículos y la
aprovecha. Pero… la cortina de lluvia que no dejaba ver bien y el ángulo en que
nos encontrábamos complotaron justo, y no le permitieron ver la moto que venía a altas velocidades
(considerando el estado resbaloso de las calles). Yo grito, ella reacciona con
reflejos muy oportunos, y a último momento, en cuestión de segundos, atina a
apretar el acelerador para evitar el impacto.
Hubo impacto, sí, pero fue
mínimo, la moto dio contra la parte trasera del auto, casi como gurí chico que
por poco logra escapar de la palmada de algún adulto, con las nalgas bien
apretadas cosa de sentir lo menos posible el chás chás, que igual lo roza y le
da, pero sin la intensidad que se pretendía. Bueno, así.
Ambas boquiabiertas, miramos
hacia atrás, vemos a la persona de la moto perder el equilibrio, caer, y quedar
tirada en el medio del susodicho Bulevar. Mi amiga frena el auto unos metros
adelante, y sale hacia el motociclista, vociferando innumerables cosas que
expresaban incredulidad sobre lo que acababa de suceder. Algo que nos pasa a
todos, ¿no? Esto de repetir: “No puedo creer, no puedo creer”. Cómo si eso
fuese a borrar lo sucedido.
Se acerca ella al motociclista,
que resulta ser una mujer, la ayuda a incorporarse, a incorporar la moto, a
salir del camino. A todo esto, los autos alrededor estaban simplemente
esperando que ese ALGO que estaba en el camino tirado, trancado el paso,
saliera, para poder seguir con su marcha. Y así lo hicieron. Recordemos:
cortina de lluvia torrencial, ambiente apocalíptico en el tránsito. Apenas un
par de peatones protegidos por paraguas pararon a ver de lejos qué onda con
todo.
La motociclista niega rápido toda
intención de mi amiga de llamar una ambulancia, de llamar a los seguros de los
vehículos, de nada de nada, y más rápido que un parpadeo, ya se estaba subiendo
a la moto una vez más, y partiendo, alegando estar bien y no necesitar nada.
Allí mi amiga vuelve, en estado
de incredulidad, pero a su vez, tranquila de que nadie hubiese salido lastimado
(¡ni los vehículos!). Termina de estacionar adecuadamente el auto, y caminamos
juntas hasta clase.
En un inicio no caí mucho de lo
sucedido, sobre todo porque me concentré en calmar a mi amiga, que parecía
estar en un estado extraño de shock donde, no sabía si estar en shock o no, ya
que nada realmente grave había pasado.
Pero ahora, con perspectiva,
algunas reflexiones cruzan mi mente. Trataré de ordenarlas cronológicamente.
Si mi amiga no hubiese tenido los
reflejos de acelerar y evitar el impacto, la moto hubiese impactado DE LLENO en
la puerta del asiento acompañante donde iba yo. No sólo la motociclista hubiese
volado por los aires, y la moto se hubiese incrustado en mí, sino que no se si
yo estaría aquí contando la historia. True Story (jaja tremenda Drama Queen).
Ahora que pasó el momento, me
cayó todo el pseudo-shock, y tengo una repetición vívida en mi mente donde veo
clarísimo y en cámara lenta los autos tocando bocina, la lluvia increíblemente
torrencial y repentina cayendo, y la moto a menos de dos metros, viniendo
embalada hacia mí.
Son increíbles las cosas que
pasan por la cabeza de una en esos momentos. Hasta la persona más centrada,
empática y solidaria nunca puede predecir cómo va a reaccionar en situaciones
como esas. Allí estaba mi amiga vociferando en negación y diciéndome que suba tranquila
a clase, y allí estaba yo, dentro del auto, helada, sin saber qué hacer. Pensando
cosas como “por favor que no sea nada grave, ai está tirada en la calle, ai es
una mujer la motociclista, ai qué haría mi padre, ah ah ah!”. Todo suena muy
melodramático pensándolo hacia atrás.
Por suerte el ai ai me duró
segundos, y pude encarar a salir del auto, chequear sorprendida que ni una
marca había quedado, y cuando me disponía a acercarme a la escena, donde mi
amiga estaba hablando con la motociclista, ésta última ya estaba subida a la
moto y arrancando, mientras mi amiga observaba alejarse en la lluvia y
tránsito, algo atónita, asumo.
Al acercarnos ambas al edificio
de facultad y enterarnos de que iba a haber clase solo durante el período en
que durase la luz natural en los salones (o sea, media hora más) ya que había
corte eléctrico, provocado seguramente por las intensas lluvias que han estado
azotando a la ciudad (y región) este último par de días, ambas fuimos
tranquilizándonos mutuamente, ya que “por suerte” (o azar), nada realmente
grave había sucedido.
A la vuelta de la clase que casi no tuvimos, recuerdo observar con
atención el tránsito, y ver caer la lluvia, ver los autos enajenados pasar, sin
respetar turnos, espacios, nadie cediendo, todos queriendo ir primeros, todos
queriendo pasar por un mismo trecho angosto a la vez, camiones gigantes de
basura, ómnibus, autos y motos en demasía, y recuerdo pensar (y decir en voz
alta) con una mezcla de temor (o quizás tan sólo crédula incredulidad), y
desprecio en la voz: “esto es una jungla de cemento”.
Pregunto: ¿dónde vivimos?
Tomando a la motociclista,
pienso: ¿realmente los “accidentes” de tránsito son tan moneda corriente que
una persona puede impactar contra un auto, caer, para luego levantarse,
chequear que todo esté en orden y en su lugar, volver a subirse y seguir su
ruta, como si el suceso hubiese sido un simple contratiempo en la rutina, o
peor aún, rutina propiamente dicha? Nunca sabré qué cruzó por su mente.
Lo mismo que los autos que
circulaban, no sé qué habrán pensado, pero por sus acciones demostraban el
estar interesados en que ese imprevisto en su camino dejase de ser un
contratiempo y saliese del camino para ellos poder seguir, y no tanto parar a
ayudar y/o reflexionar. Indiferencia, adormecimiento e insensibilidad podría
ser lo primero que se nos venga a la cabeza, pero pensándolo un poco más, ¿no
será miedo “nomás”?
El contexto, ¡qué locura! La
región (Montevideo, Uruguay. La Plata, Argentina, etc.) inundada por las
lluvias intensas, que no sólo retrasaron el orden normal de las actividades
sino que hasta causaron muertes en algunos casos, cosa que los noticieros se
han asegurado en hacernos saber. El estado general de histeria que reina en
estos días, se ve concentrado y hecho evidente en determinadas situaciones
citadinas como EL TRÁNSTO por las calles.
La forma cómo se desarrolla el tránsito hoy en día es clara
demostración de cómo nos estamos relacionando. Todos siempre queriendo ir
primero, no cediendo ante el otro, agarrando cualquier atajo sin importar si
está permitido o si puede traer consecuencias negativas para mi u otros.
Adelantándonos a otros, cruzándonos por delante sin avisar, puteándonos,
tocando bocina, chocando y chocando, hasta que el choque, que debería causar un
cierto “tate quieto y reflexioná el porqué de lo que acaba de suceder”, parece
estar generando un cierto acostumbramiento, al punto en que es un evento más al
que pasarle por al lado. Ninguno nos libramos de alguno de estos escenarios, ni
la que les habla.
Todo esto sin entrar en las
significancias que tienen estas actitudes para con la VIDA.
¿En qué ansiedad y exigencia urbanas estamos metidos? ¿Deberíamos
regirnos por sus tiempos o darnos cuenta que la urbanidad, rutina y vida
laboral nos han esclavizado y amoldado a sus necesidades de mercado, y no al
revés, como debería ser? ¿No sería preferible una vida donde nosotros creásemos
los tiempos de acuerdo a nuestras necesidades y capacidades de producir, y no
matándonos por producir a un ritmo que no es el nuestro propio? ¿A dónde
estamos yendo tan apurados?
SURVIVAL OF THE FITTEST IN THIS CONCRETE
JUNGLE? SURVIVAL OF THE MOST WICKED, I WOULD SAY.
En fin, quizás esta reflexión haya
quedado algo lúgubre y derrotista. Pero la intención, aparte de la catarsis que
me implica escribir (nada que un buen capítulo de The Walking Dead no me haya
sacado, talk about hardGore!), es reflexionar sobre realidades que estamos
viviendo que lamentablemente tienen trasfondos negativos, pero que “con
suerte”, como nos gusta decir, al reflexionarlas, o permitirnos parar a
reflexionarlas, vemos sus simbologías,
vemos qué expresan y qué nos despiertan, para así irlas modificando.
Quizás si trabajamos un poco más en nuestras formas de relacionarnos,
cambiamos la competitividad por la colaboración, la inmediatez por la
paciencia, la puteada por la comprensión, la impulsividad por la reflexión, podamos
llevarnos y comprendernos mejor unos a otros, y por ende, naturalmente
aprendamos a utilizar con más responsabilidad nuestros espacios comunes, como
el pedazo de cemento que compartimos día a día, todos los días, para
transportarnos de un lado a otro.
Peace out.
A.-